5/29/2008

A un Maestro

"Enseñé durante diez años. Durante ese período, di deberes, entre otros, a quienes llegaron luego a ser un homicida, un predicador, un boxeador, un ladrón y un imbécil, respectivamente.
El homicida era un niñito tranquilo, que se sentaba en el primer banco y me miraba con sus ojos celestes; el predicador –de lejos el chico más popular de la escuela- era el que más se destacaba en los juegos; el pugilista estaba sentado junto a la ventana y, de vez en cuando, lanzaba una carcajada ronca que estremecía hasta las plantas de geranios; el ladrón era un alegre seductor, siempre con una canción en los labios, y el imbécil, un animalillo de ojos tiernos que andaba siempre buscando lugares de sombra.
El homicida aguarda la ejecución en la penitenciaría estatal; el predicador yace en el cementerio del pueblo hace un año; el boxeador perdió un ojo en una riña en Hong Kong; el ladrón, si se pone en punta de pie, puede ver las ventanas de mi aula desde la cárcel del condado, y, el deficiente mental, golpea con su cabeza las paredes acolchadas del asilo estatal.
Todos estos alumnos se sentaron otrora en mi aula. Se sentaron y me miraron con expresión de tristeza por encima de sus pupitres desvencijados. Pero yo brindé una gran ayuda a esos alumnos: les enseñé las fechas de las batallas, las fronteras de los Estados y cómo sacar la raíz cuadrada mediante procedimientos algebraicos".

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